miércoles, marzo 04, 2009

telescópico!

Ciudad del sur

Dentro del oscuro y sucio vagón abierto de un tren, que recorría el país del Centro, el cual compartía junto con otros tres o cuatro me atacó la hambruna del vicio dentro de mi cabeza, las agujas se acercaban a la medianoche. Me acerqué al único que no concebía el sueño, con un poco de papel en mis manos, le pedí un algo de tabaco y me senté a su lado a observar el frío paisaje que retrataba unas selváticas ramificaciones enteramente metálicas acompañadas por una que otra de concreto, el goce del dialogo no se dio hasta tres horas después de haber terminado el cigarro. La casualidad de compartir edades y gustos en nombres de pocos pintores y músicos permitió un cruce de palabras no muy extenso pero confortable al fin. Nonnel fue el seudónimo con el que se presentó. Alto pero no tanto un poco más que yo, chupado y de piel llega de grietas, al menos en la parte del rostro que tenía visible y con unos verdes ojos saltones el tal Nonnel estiró su mano y me preguntó hacia dónde me dirigía. La respuesta fue más difícil de expresar para mí que de entender para él, aunque su cara databa que ese ningún lugar era la misma estación donde bajaría.
La situación era algo complicada, no la habitual luego de una guerra ya que por más que se trate era impensable que la historia recuerde otro conflicto bélico a tal escala. Sus causas no llegaban menos de hambre y sequía o el ataque climático en el globo entero, sino que estaban acompañados de un millar de razones. El clima de posguerra era similar en la variada agenda de mi viaje, los solitarios abundaban en cantidad y el silencio dominaba las calles en cada estación que probaba algo de su noche. La civilización, la raza, se veía arruinada, dando gigantescos zancos en retroceso. No existía orden alguno, la educación formaba parte de los privilegios del pasado y la falta de todo lo que se mantiene en los recuerdos que atormentaba cada mente que se atrevía limitadamente a tratar de recordar cierta época dorada. La angustia de la población se contaba en pocas páginas de algún que otro que añoraba volcar unas frases para verse luego por la misma mirada que vio escribir dichas palabras. Por todo el plano se vivía el cuarto mundo.
El grito alarmante de un guardia ferroviario alteró de la misma manera a los cinco que yacíamos en el vagón. Escuchando los pasos tomé mi mochila y salté detrás de Nonnel, quien dio la iniciativa. Rodé, rodé y rodé viendo como el último anciano era atrapado y apaleado por el sereno del tren. Ya en tierra me di cuenta del peligro del salto, y no por la distancia sino por la sangre manchada en las vías de los dos solitarios que perecieron bajo la oruga de metal. Entonces en dicho momento me di cuenta que había encontrado compañero en esta selva. Un pie tras de otro, ahora sí con largas conversaciones de por medio, nos dirigimos en la misma dirección que el tren. Era notable la falta de carcajadas cuando los temas que se tocaban podrían llegar a producir gracia, pero esto no me sorprendía para nada, el clima era muy espeso y denso como para acordarse de la risa, pero en toda supuesta regla hay una excepción y esta se encontraba en nosotros. Reíamos al paso de la vía en cada murmuro, sea cual sea el tema, hasta llegamos a reírnos del desafortunado viejo que recibió una paliza de aquel guardia. Existía una suerte de conexión que era extraña y novedosa para los dos, pero no era motivo para preocuparse, todo lo contrario, sí lo era para esperanzarse.
Su historia de vida era algo similar a la mía pero con algunas diferencias. Ya que la noción del tiempo dependía de cada uno y sus ritmos nadie llevaba el hilo de su edad, pero podía verse claramente en nuestros rostros que rondábamos por veintidós o veintitrés, pueden ser menos como también pueden ser algunos mas. Nonnel se describía como artista, se consideraba único en su estilo, el cual era callejero y a mi parecer meramente auténtico. Audiovisual a mi entender, pintaba grandes murales con un alto contenido abstracto y muchísimas frases y sonetos que formaban parte de la letra arrabalera de su cancionero, lo cual iba acompañado en guitarra. Claramente demostraba su equipaje que su arte no era expresado solo sobre paredes sino que cargaba con una enorme mochila que detallaba las puntas de lo que parecían ser cuadros junto a la funda de sus seis cuerdas que asía sobre su hombro derecho.
Cerca de su pubertad se desató el caos mundial, dejándolo huérfano no solo de familia sino de vida entera, cuestión que compartíamos. Durante los seis o siete años que tardó en desplomarse la sociedad estuvo viajando, otra similitud en lo que a mi responde, sólo junto con su instrumento, sus pinceles y su mente llena de altercados que reflejaba en sus creaciones. Totalmente en conexión con sus cualidades se reflejaba su carácter vago e ingenuo y su más grande semejanza a mi persona, se sentía un mono curioso en esta selva de civilización apocalíptica. Cuando digo que me veo bastante identificado con Nonnel en cuanto al arte es porque se me daba el gusto de la buena percusión con lo que tuviera al alcance de mis manos y gozaba de buenas historias que pasaba constantemente a mi libreta, que puede llamarse de viajes.
Al fin en una nueva ciudad, la gran ciudad del sur, desconocida actualmente para ambos pero visitada en el pasado. La esencia misma de las calles se había tornado un mundo de personajes. Las plazas, lugar de asilo para nosotros, estaban repletas de hombres y mujeres de variada edad, empezando por los quince aproximadamente. Dentro de esta gran urbanización precaria se movía la nueva droga, fumable y mortal. Los efectos que causaba en las personas eran extraños para nosotros, una suerte de alucinaciones y estados confortables que cerraban el estomago permitiendo aguantar días y hasta semanas sin comer, pero los cadáveres rociados con el rocío de la mañana yacían en las calles, desnudos a causa de otros individuos que tomaban prestadas sus ropas y posesiones. No fue la primera noche que nos encontramos con uno, estaba físicamente petrificado, boquiabierto siendo un albergue de moscas y con los ojos entrecerrados. Todavía no había sido descubierto por otros, por lo que hurgamos en sus bolsillos buscando algo de comida pero solo encontrábamos pequeños tubos de metal rellenos con esta droga, por cierto llamada filamento, al menos así era su nombre en las calles de la gran ciudad del sur. En cuando Nonnel dio el primer paso lo frené con una idea, ¿por qué no guardar esta sustancia?, la respuesta fue negada por mi camarada antes que pase yo a explicar. Si la gente muere a causa de eso debe existir una gran proporción de adictos, tendríamos la posibilidad de intercambiarla por algo de comida o bebida, o hasta tabaco ya que no creo que dichas personas puedan ayudarnos en otra cosa, recibí solo un asentamiento de cabeza y nos dirigimos hacia la plaza por la que pasamos unas calles atrás. Para nuestra sorpresa una anciana gorda colgaba un cartel que decía lo siguiente: filamentos por sexo. No nos interesaba su propuesta pero entendimos la gravedad de la situación y me acerqué a preguntarle si sabía de dónde conseguir comida y me señaló un hipermercado abandonado hacía ya un tiempo por lo que aparentaba, cruzamos la avenida y tratamos en entrar pero una jauría de perros nos saco del interior en un santiamén. Alienados, sarnosos y aparentemente súper protectores dejaban prohibido el acceso al lugar. En un primer momento se me cruzó por la cabeza que le servían de protección a cierto grupo de personas pero la idea se me desvaneció al instante que aparecieron tres machos que parecían ser los canes más feroces que había visto en mi vida, incluso me recordaban a lobos salvajes. Uno de ellos era una suerte de siberiano enteramente blanco que poseía una mirada penetrante con los ojos acechantes de color celeste cielo, el que se encontraba a su lado era puramente callejero pero de gran tamaño y repleto de cicatrices y el tercero, que parecía ser el macho alfa o dominante de la jauría, era el manto negro más lindo y grande que había contemplado jamás. Su pelo estaba erizado y su mirada inspiraba respeto aunque solo de un ojo ya que el otro permanecía cerrado. Lógicamente comenzamos a dar pasos hacia atrás y retomamos camino a la plaza.
Ahí se encontraba la vieja gorda riendo a carcajadas y señalándonos en modo de burla, entonces a Nonnel se le ocurrió algo brillante. Por los tétricos indicios que nos proporcionaba el cartel que colgaba de su cuello y la mirada pícara de mi compañero entendí al instante que estaba por rebajar la actitud de la gorda enseñándole la droga que nos habíamos encontrado. Nosotros no teníamos ni la mínima idea de lo caro que resultó ser el filamento que tanto añoraba toda la escoria que habitaba en las calles, hasta el momento en que Nonnel saca del bolsillo de mi campera uno de los siete u ocho tubitos que teníamos en nuestro poder. Tampoco sospechábamos que íbamos a tener que correr lo que no corrimos en mucho tiempo.
La desesperación que le brotó por las venas a esa pobre mujer fue severamente repugnante a nuestros sentidos, pedía a gritos por la dosis. Empezamos a burlarnos de ella en modo de contestación por mandarnos a la boca del perro por así decirlo. En cuanto a la abstinencia que se notaba en las expresiones que se marcaban profundamente en el rostro de la vieja comenzaron a darme lástima, agarré a Nonnel del brazo y le dije que nos fuéramos a buscar a alguien que pueda pagarnos por la droga. Las súplicas se escuchaban a nuestras espaldas con llantos de agonía, exclamando que solo contaba con cincuenta monedas. Ese capital era mayor al que guardábamos entre los dos. La cara de mi compañero cambió totalmente y le pidió primero el dinero para estar seguro de que no era una trampa, y era cierto, nos dio todo su capital por una simple dosis. Dentro de mí pensaba que teníamos aproximadamente unas trescientas cincuenta monedas en droga en el interior de mi campera por lo que presumí al decirlo en vos alta. Grave error, luego de escuchar esto que dije la mujer llamó a los gritos a otros individuos que se encontraban en la plaza, mientras se le hacía agua la boca. Sacó su encendedor y prendió la punta del tubito enloqueciendo en un segundo, lo apagó y lo guardo entre sus pechos. Cuando quise acordarme una oleada de barbudos flacos estaba corriendo a no más dar en nuestra dirección, por lo que nos dimos a la huida con toda la carga de los bolsos sobre nuestras espaldas. Nos siguieron por un par de calles hasta que la edad nos dio ventaja y pudimos escapar. No entiendo la razón todavía pero nos largamos a reír de manera que hacía ya mucho tiempo que no lo hacía. Pero bueno, teníamos mercancía en potencia, esto nos permitiría vivir dentro de todo, el único problema era el receptor, eran demasiado adictos, pero constábamos con cabezas cuerdas y podíamos sacar provecho de la situación, eso sí, no volveríamos a mencionar nunca la cantidad que poseíamos, además la vieja dijo que contaba solo con cincuenta monedas por lo que cotizaba aún más. Decidimos internarnos un poco más en la ciudad y apartarnos de los suburbios por un rato en busca de algo para comer ya que los primeros rayos del sol acariciaban nuestros pies.
Se aproxima, está por llegar. Es la hora. Ha arribado al fin, dejándose caer sobre el sofá del comedor pensando en lo que hizo sin poder comprender como tuvo el valor de hacerlo, las gotas del frío sudor en invierno lo aterran aun más. ¿Venganza?, ¿delito o crimen?, ¿satisfacción acaso? Es inevitable concentrarse en otra cosa, ni si quiera el fuego ambicioso del hogar a leña cautiva su mirada como lograba apaciguarlo luego de un acto como el tal, pero no era el caso el de esta noche. Su deseo de morir en llanto no se cumplía, el acoso del recuerdo lo torturaba inmensamente pero sin remordimiento, lo cual era natural para él. Los maderos a cenizas cambiaron de forma al recorrer el segundero su trayecto, seguía aturdido por el hecho y no encontraba forma alguna de comprender la situación. Contempló por horas el tinte escarlata que había teñido sus manos, la culpa lo apuñalaba directamente en el pecho aunque sin remordimientos como ya he mencionado anteriormente, se puso de pie cuando la oscuridad era dominante en la sala y en dirección al baño para limpiar el único indicio de su crimen cruza con el único ser vivo que le proporcionaba una relación de respeto mutuo, amistad de pocas palabras. Sombra se llamaba aquel pastor belga, muy fiel a su dueño. Pisaba sobre sus cuatro patas los cuarentainueve años caninos, enteramente negro y con una mirada fija en los ojos de quien se ponía adelante el macho inspiraba terror. Una palmada en su hocico bastó para que lo siguiera hasta el cuarto de baño para así remover la sangre de sus manos de una vez.
Obligado a callar a la morza por el sonar del timbre del teléfono se sorprende por dicha llamada, las dudas no le impiden levantar el tubo y preguntar quién se encontraba del otro lado de la línea. Al ser prolijo en su trabajo nunca se imaginó que esta sería la última vez que usaría este aparato en papel de receptor, la policía encontró un cabello en sus cigarrillos dentro del cuarto de la niña, le contó un oficial compañero de la infancia, colgando y dándole tiempo a pensar . Miró fijamente a Sombra y se despidió con un fuerte abrazo y un palazo en la nuca, ofreciéndole sueño eterno. Antes del bochornoso arresto se decidió a escapar con el peso de su edad sobre los hombros.
Pensante y algo asustado visitó al peluquero del barrio para así afeitarse la cabeza y el bigote blanco antes que el identiquit ronde por los medios, compró unos anteojos para el sol y desapareció entre la multitud por calle Lavalle. Una vez en constitución sin importar el destino tomó el tren de más reciente salida y analizó la situación que lo precedía. Los fajos de billetes abultaban sus bolsillos, permanecía inmóvil, cauteloso y algo paranoico a la vez. El asiento de la ventana le proporcionaba una vista no muy agradable a sus ojos pero no importaba demasiado ya que se había dado a la fuga hacía alguna parte del sur del país, la idea de un pueblo era bastante conveniente hasta que el pensamiento le interpuso una barrera sobre la idea, la curiosidad de los habitantes de un poblado pequeño alertaría la duda en ellos por lo que decidió inmediatamente bajar en una ciudad medianamente grande. Entonces vino el quiebre psicótico, pero no por miedo a ser encontrado, tampoco por el recuerdo de alguno de sus asesinatos, Sombra era la razón. Se arrepintió de haberle quitado la vida, el motivo fue que como todo solitario era más notado de lo que se pensaba y siempre con su perro negro de gran porte, y donde puedan encontrar al can lo hallarían a él también, pero ¿por qué matarlo?, único pero único crimen del cual sentía culpa. Sombra llevaba el papel de amigo, la función de compañero en su vida de a uno.
En un hostel de mala muerte se instaló por algunos días, acusado en canales de noticias por haber cometido un crimen tan atroz miraba la pantalla de de televisión sin prestar mucha atención en sí, estaba encendida más que nada para cumplir la función de un velador. Contaba el dinero que había recaudado en años y años de trabajo sin ningún fin ya que nunca tuvo la intensión de realizar un viaje, inversión o lo que fuere, solo lo poseía sin saber que iba a necesitarlo para escapar. Por las noches empezó a acosarlo la mirada de aquella niña indefensa, con ambos ojos llenos de lágrimas sin ni si quiera poder expresar una súplica, primera vez que le ocurría, entendiendo que sería el último que soñaría. La encargada de la limpieza del hall lo miraba de una forma extraña cada mañana luego de ir a comprar el periódico, también sospechaba que esta escuchaba los llantos con los que despertaba todos los días cuando el reloj bordeaba las seis. La paranoia que se le hacía en cada segundo más aguda por la supuesta sospecha que sentía desde la mucama lo obligó a mudarse al otro extremo de la ciudad.
Los patrulleros tenían pegadas sus fotos en las ventanas, era imposible dejar de pensar que se acercaba el tiempo que alguien, sin importar o saber quién, se diera cuenta que el hombre más buscado del país convivía con ellos en la ciudad por lo que se dirigió a la estación de trenes y nuevamente tomó el primer tren que salió, tampoco se fijó en el rumbo esta vez, gran error. Despertó en llanto con la imagen de la pobre chica todavía en su mente y notó que estaba llegando a la ciudad capital, la desesperación fue captada por todos en el vagón de primera clase. Sin bolso alguno y con las mismas prendas con las que se había despedido de la ciudad volvía a pisar las mismas baldosas, pensante y analizando todo movimiento a su alrededor caminó hasta su antiguo hogar, al llegar después de un largo camino pudo observar desde la vereda de enfrente que la puerta estaba abierta a la fuerza y que alguien se encontraba en el interior, por más que era de suponer tenía una cierta esperanza de que esto no hubiese pasado, permitiéndole buscar algunas cosas y partir nuevamente a otro destino. La duda volvía a aturdirlo pero ahora era mayor y sufría dolor e indecisión a cada paso, hasta que la idea le vino a la cabeza. Quitarse la vida era la solución que pensaba correcta pero no sabía cuál sería forma, las jaquecas eran constantes y cada vez actuaba mas repentino, ya no pensaba antes de hacer alguna acción, muy extraño en él. De pronto la lluvia azotó con gran fuerza las calles de Buenos Aires, íntegramente empapado y loco saltó bajo el taxi que doblaba a gran velocidad por esa esquina. Su fin había llegado, pensó, pero a su sorpresa volvió a abrir los ojos en la camilla de un hospital, rodeada de policías y con el cuchicheo de unas tres enfermeras en la esquina de la sala. Despertó el hijo de puta escuchó en una voz ronca y grave. Uno de los uniformados lo miraba con un odio penetrante e incontenible, resulta que era el padre de la joven que había asesinado días antes, fue ahí cuando comprendió en dolor que había causado no solo en sus víctimas sino en las personas que las rodeaban. Sentía el pescuezo tieso. No pudo llegar con el brazo hasta el mismo, tras uno o dos intentos fallidos llega a comprender que luego del golpe del auto perdió la movilidad de sus extremidades, entonces la paz lo dominó, raro pero cierto, sentía que el vacío en el alma y la paranoia que lo aturdían ya no estaban presentes, era culpable de hechos atroces y se pudriría en una celda hasta el resto de sus días pero no era tan grave como vivir en la fuga y sufrir el sentirse perseguido a cada momento.
Los comentarios eran inevitables a su oído y una discusión era lo que escuchaba, el padre de la nena quería quitarle la vida en el acto, si yacía tirado en el asfalto, cuadripléjico, podían notificar su muerte en el acto del accidente pero luego se lanzó en comentario más inteligente; vamos a dejarlo que sufra durante todo lo que le queda de vida.

El viejo loco

El fin de su larga y grisácea cabellera no se distinguía del comienzo de la extensa barba, imitando el color a diferencia de una o dos tonalidades. Con los ojos perdidos fijó su insana mirada en la cruz roja que lo amordazaba calmando inevitablemente sus gritos y chillidos de pánico, privado del movimiento de sus extremidades por una presión insoportable de la que parecía ser la manta del mismo Lucifer dio vueltas por colchones llegando a rebotar hasta una pared de una consistencia similar. Pero dicho apreso no hizo más que aumentar gradualmente la tira de imágenes dentro de su pantalla, sus párpados se presionaban de manera a dar la impresión del deseo de cegarse enteramente. El vacío sonoro aturdió sus oídos hasta el desmayo. Entre sueños cortos las saladas lágrimas humectaban piel y permitían volverle a la conciencia solo para iniciar unos gemidos parecidos a los que emite el perro a pedido de comida.
Pero los detalles de la actual situación de mi viejo vecino quedarán para las últimas frases del relato. Voy a privar el nombre original del anciano y pasaré a contar muy a grandes rasgos algunas curiosidades de su persona, lo llamaré Fermín, ya que tenía un tatuaje con la frase ‘’Dios dio vida a Fermín’’ sobre su pecho. No recuerdo verlo algún día sin su pipa tallada entre su grueso mostacho amarillento y la barba larga que lo caracterizaba, nunca tabaco, siempre marihuana y en horrendas cantidades fumaba y hablaba sin pausa ante cualquier atrevido que osaba pedirle una pitada, en su mayoría menores que lo trataban como viejo loco . Delgado pero no en exceso, de pies sencillamente enormes que se posaban sobre unas sandalias que me recordaban a las ilustraciones en libros de historia romana caminaba por toda la ciudad ofreciendo cátedras de todos los temas que se le cruzaban en el momento, a pesar que es fácil reconocer que poseía un alto grado de conocimiento en historia, física, entre otras ciencias, pero sobretodo era un matemático puro, todos los cálculos estaban almacenados en su cabeza. Su más cómico aspecto, el de fumar mucha hierba, pasaba a ser también su defecto irreversible ya que, como ya fue mencionado, lo hacía constantemente, causa que ocasionaba la pérdida del hilo en la totalidad de sus conversaciones. Fermín era simplemente un personaje perdido y poco tomado en serio por la sociedad, la cual ignoraba su inteligencia.
A mi mente llegan cerca de un millar de recuerdos para contar acerca de Fermín pero eh elegido uno en principal para contarles su historia, pero antes de empezar quiero aclarar que vivía bajo el único puente construido a base de roble, no va en caso la ciudad, rodeado de escritores fracasados, incluyéndome, artesanos y algunos vagabundos, de ahí lo nombro vecino. Luego de que una marcha protestante de la universidad principal nos despertara de una corta siesta, Fermín me invitó a dar un paseo por el bosque, al que accedí de inmediato cargando mi bolso de mano con una botella de agua, para él porque no consumía bebidas alcohólicas y una petaca de coñac para mí. Mientras soplaba el fósforo luego de empezar a fumar comenzó a cantar un verso en francés repetidamente hasta que entré en razón de quién debía entonar esas frases era yo, entonces lo hice, con una mala pronunciación hasta que mi garganta se amoldó al cántico, luego, supongo que cuando notó mi mejora, lanzó una imitación a los sonidos que se escuchaban en el bosque pero extensamente prolongados y con la voz muy grave. Pájaros, insectos, todo lo que se podía captar trataba de imitarlo y a decir verdad era muy agradable al oído por más que nunca supe qué significaba lo que yo decía tenía la certeza de que era algo relacionado con el hombre y la naturaleza, solo por el vibrar que provocaba de entre los árboles nuestro extravagante ensayo. Puedo decir con seguridad que en el momento mutuo en el cual dejamos de cantar nos paralizó la brisa fresca de la tarde, mis ojos permanecieron cerrados y todavía sigo sintiendo la misma sensación cuando doy a descansar la mirada, la calma absoluta me dominó, y ese fue a mi entender el motivo de la invitación que me hizo Fermín.
Posados sobre un tronco, sin vida desde hace ya varios años, me pidió que escriba sobre lo sucedido. Nunca antes me había sentido tan nervioso, estaba ante alguna suerte de soberano pensaba, pero con un suave golpe sobre mi hombro hizo que todo ese miedo desaparezca en un instante, entonces saqué mi pluma, papel y volqué todo aquello que terminó siendo mi única poesía y mi más grande obra. Amigo, por casi medio siglo no había considerado a nadie como tal, me dijo, las sonrisas se pintaron sombre nuestros rostros, a pesar de la diferencia de edad que Fermín llevaba ante mí persona entendí lo que en realidad se escondía en el misterio de la amistad. Todos aquellos loquillos con los que compartí noches realmente divertidas y descabelladas no pudieran haberme hecho sentir un lazo como el que este anciano pudo entablar con solo un paseo por el bosque a pesar de la cotidianeidad que sufríamos por ser vecinos.
Sabio. Una palabra que según la filosofía es errónea por el hecho de que ninguna persona nace con sabiduría, con lo cual yo estaba de acuerdo, pero todo antes de tener esa experiencia, entendí el sentido de la palabra simplemente compartiendo una tarde con un viejo loco que fumaba marihuana a dar asco y no podía seguir el hilo de sus propias historias, pero luego comprendí que dichos hechos no se volvieron a repetir cuando nos encontrábamos juntos y capté la esencia de su juego. Solo montaba un personaje ante desconocidos. Por lo menos en ese tiempo, fui yo el único conocido de Fermín, el único que se dio cuenta que no estaba loco, el único que entendió al viejo, el único que supo distinguirlo de los demás que vivían en la calle por falta de lo que fuera que les falte, su decisión era la de vivir de esa manera ya que no le escaseaban recurso como para no, y finalmente el único que sintió en el fondo cuando lo llevaron al manicomio al viejo Fermín.