miércoles, marzo 04, 2009

Se aproxima, está por llegar. Es la hora. Ha arribado al fin, dejándose caer sobre el sofá del comedor pensando en lo que hizo sin poder comprender como tuvo el valor de hacerlo, las gotas del frío sudor en invierno lo aterran aun más. ¿Venganza?, ¿delito o crimen?, ¿satisfacción acaso? Es inevitable concentrarse en otra cosa, ni si quiera el fuego ambicioso del hogar a leña cautiva su mirada como lograba apaciguarlo luego de un acto como el tal, pero no era el caso el de esta noche. Su deseo de morir en llanto no se cumplía, el acoso del recuerdo lo torturaba inmensamente pero sin remordimiento, lo cual era natural para él. Los maderos a cenizas cambiaron de forma al recorrer el segundero su trayecto, seguía aturdido por el hecho y no encontraba forma alguna de comprender la situación. Contempló por horas el tinte escarlata que había teñido sus manos, la culpa lo apuñalaba directamente en el pecho aunque sin remordimientos como ya he mencionado anteriormente, se puso de pie cuando la oscuridad era dominante en la sala y en dirección al baño para limpiar el único indicio de su crimen cruza con el único ser vivo que le proporcionaba una relación de respeto mutuo, amistad de pocas palabras. Sombra se llamaba aquel pastor belga, muy fiel a su dueño. Pisaba sobre sus cuatro patas los cuarentainueve años caninos, enteramente negro y con una mirada fija en los ojos de quien se ponía adelante el macho inspiraba terror. Una palmada en su hocico bastó para que lo siguiera hasta el cuarto de baño para así remover la sangre de sus manos de una vez.
Obligado a callar a la morza por el sonar del timbre del teléfono se sorprende por dicha llamada, las dudas no le impiden levantar el tubo y preguntar quién se encontraba del otro lado de la línea. Al ser prolijo en su trabajo nunca se imaginó que esta sería la última vez que usaría este aparato en papel de receptor, la policía encontró un cabello en sus cigarrillos dentro del cuarto de la niña, le contó un oficial compañero de la infancia, colgando y dándole tiempo a pensar . Miró fijamente a Sombra y se despidió con un fuerte abrazo y un palazo en la nuca, ofreciéndole sueño eterno. Antes del bochornoso arresto se decidió a escapar con el peso de su edad sobre los hombros.
Pensante y algo asustado visitó al peluquero del barrio para así afeitarse la cabeza y el bigote blanco antes que el identiquit ronde por los medios, compró unos anteojos para el sol y desapareció entre la multitud por calle Lavalle. Una vez en constitución sin importar el destino tomó el tren de más reciente salida y analizó la situación que lo precedía. Los fajos de billetes abultaban sus bolsillos, permanecía inmóvil, cauteloso y algo paranoico a la vez. El asiento de la ventana le proporcionaba una vista no muy agradable a sus ojos pero no importaba demasiado ya que se había dado a la fuga hacía alguna parte del sur del país, la idea de un pueblo era bastante conveniente hasta que el pensamiento le interpuso una barrera sobre la idea, la curiosidad de los habitantes de un poblado pequeño alertaría la duda en ellos por lo que decidió inmediatamente bajar en una ciudad medianamente grande. Entonces vino el quiebre psicótico, pero no por miedo a ser encontrado, tampoco por el recuerdo de alguno de sus asesinatos, Sombra era la razón. Se arrepintió de haberle quitado la vida, el motivo fue que como todo solitario era más notado de lo que se pensaba y siempre con su perro negro de gran porte, y donde puedan encontrar al can lo hallarían a él también, pero ¿por qué matarlo?, único pero único crimen del cual sentía culpa. Sombra llevaba el papel de amigo, la función de compañero en su vida de a uno.
En un hostel de mala muerte se instaló por algunos días, acusado en canales de noticias por haber cometido un crimen tan atroz miraba la pantalla de de televisión sin prestar mucha atención en sí, estaba encendida más que nada para cumplir la función de un velador. Contaba el dinero que había recaudado en años y años de trabajo sin ningún fin ya que nunca tuvo la intensión de realizar un viaje, inversión o lo que fuere, solo lo poseía sin saber que iba a necesitarlo para escapar. Por las noches empezó a acosarlo la mirada de aquella niña indefensa, con ambos ojos llenos de lágrimas sin ni si quiera poder expresar una súplica, primera vez que le ocurría, entendiendo que sería el último que soñaría. La encargada de la limpieza del hall lo miraba de una forma extraña cada mañana luego de ir a comprar el periódico, también sospechaba que esta escuchaba los llantos con los que despertaba todos los días cuando el reloj bordeaba las seis. La paranoia que se le hacía en cada segundo más aguda por la supuesta sospecha que sentía desde la mucama lo obligó a mudarse al otro extremo de la ciudad.
Los patrulleros tenían pegadas sus fotos en las ventanas, era imposible dejar de pensar que se acercaba el tiempo que alguien, sin importar o saber quién, se diera cuenta que el hombre más buscado del país convivía con ellos en la ciudad por lo que se dirigió a la estación de trenes y nuevamente tomó el primer tren que salió, tampoco se fijó en el rumbo esta vez, gran error. Despertó en llanto con la imagen de la pobre chica todavía en su mente y notó que estaba llegando a la ciudad capital, la desesperación fue captada por todos en el vagón de primera clase. Sin bolso alguno y con las mismas prendas con las que se había despedido de la ciudad volvía a pisar las mismas baldosas, pensante y analizando todo movimiento a su alrededor caminó hasta su antiguo hogar, al llegar después de un largo camino pudo observar desde la vereda de enfrente que la puerta estaba abierta a la fuerza y que alguien se encontraba en el interior, por más que era de suponer tenía una cierta esperanza de que esto no hubiese pasado, permitiéndole buscar algunas cosas y partir nuevamente a otro destino. La duda volvía a aturdirlo pero ahora era mayor y sufría dolor e indecisión a cada paso, hasta que la idea le vino a la cabeza. Quitarse la vida era la solución que pensaba correcta pero no sabía cuál sería forma, las jaquecas eran constantes y cada vez actuaba mas repentino, ya no pensaba antes de hacer alguna acción, muy extraño en él. De pronto la lluvia azotó con gran fuerza las calles de Buenos Aires, íntegramente empapado y loco saltó bajo el taxi que doblaba a gran velocidad por esa esquina. Su fin había llegado, pensó, pero a su sorpresa volvió a abrir los ojos en la camilla de un hospital, rodeada de policías y con el cuchicheo de unas tres enfermeras en la esquina de la sala. Despertó el hijo de puta escuchó en una voz ronca y grave. Uno de los uniformados lo miraba con un odio penetrante e incontenible, resulta que era el padre de la joven que había asesinado días antes, fue ahí cuando comprendió en dolor que había causado no solo en sus víctimas sino en las personas que las rodeaban. Sentía el pescuezo tieso. No pudo llegar con el brazo hasta el mismo, tras uno o dos intentos fallidos llega a comprender que luego del golpe del auto perdió la movilidad de sus extremidades, entonces la paz lo dominó, raro pero cierto, sentía que el vacío en el alma y la paranoia que lo aturdían ya no estaban presentes, era culpable de hechos atroces y se pudriría en una celda hasta el resto de sus días pero no era tan grave como vivir en la fuga y sufrir el sentirse perseguido a cada momento.
Los comentarios eran inevitables a su oído y una discusión era lo que escuchaba, el padre de la nena quería quitarle la vida en el acto, si yacía tirado en el asfalto, cuadripléjico, podían notificar su muerte en el acto del accidente pero luego se lanzó en comentario más inteligente; vamos a dejarlo que sufra durante todo lo que le queda de vida.

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